Paul Gamarra Yáñez
Nuestra época. ¿Existe una imagen que nos haga ver con suficiente claridad nuestra condición en estos tiempos? ¿Algo que, aunque borrosamente, nos conduzca por los laberintos de nuestra situación? Tal vez sirvan como elementos propiciatorios de lo que hoy queremos pensar y decir las no tan lejanas imágenes que nos legaron Nietzsche como Orwell.
El viajero, que se llamaba La sombra de Zarathustra, recuerda una vieja canción de sobremesa compuesta por él entre las hijas del desierto. Por amor a tales mujeres, "profundas, pero sin pensamientos", empieza el viajero "con una especie de rugido: El desierto crece. ¡Ay de quien dentro de sí cobija desiertos!"
Tras la muerte de Dios no existe otra realidad para la humanidad que el desierto, la nada a la que aspira el hombre que lo mató, el apetito voraz de poseer y dominar para nada, por el goce ínfimo de sí mismo. Nietzsche anunciaba con su canto la desolación de un mundo sin Dios, el desierto de las guerras, la soledad de las mentiras, el vacío de las almas como cuartos confortables pero sin habitantes. Se trata de la enfermedad de una época, de la que parece no se ha curado. ¿Pero hay acaso una medicina? Al ver los desastres a que ha conducido el proyecto moderno puede sobrevenir la desesperación, pero esta no anula el desierto, lo proyecta aún más.
Orwell no es tan sofisticado. Detrás de su denuncia no hallamos una metafísica que se cuestiona a sí misma sino una pregunta por el futuro del hombre en un contexto totalitario. Es verdad que Orwell está pensando en el totalitarismo socialista, pero bien serviría la imagen que nos proporciona para cuestionar cualquier totalitarismo.
En 1984, una obra escrita en 1949, observamos a Winston literalmente. Compartimos la mirada con el Gran Hermano, y reducimos los espacios de intimidad de este trabajador a nada. Libertad y autonomía son difuminados por el ojo que todo lo ve. La mirada del otro de estos tiempos congela, objetiva, quiere atrapar para no dejarse sorprender. No hay verdadero poder si no hay control. Desde un cuarto imaginario, el Gran Hermano controla los movimientos de los hombres, sus lecturas, sus paseos, hasta sus emociones, todo se observa para ser sometido al control.
O' Brien, uno de los miembros del partido que sirve al control lo dice enfáticamente: "A la vida la dominamos nosotros, Winston, en todos sus aspectos. Se deja Ud. llevar por la idea de que existe la llamada naturaleza humana, la cual - cree Ud. - acabará por reaccionar contra nosotros al ser vulnerada en sus leyes. Pero la naturaleza la creamos nosotros. El hombre es un ser infinitamente maleable. Si Ud. cree ser un hombre, Winston, considérese como el último ejemplar de esa especie. A esa especie la hemos sucedido nosotros."
Winston luchó, dio batalla, pero al final sucumbe como los otros, tal como nos lo cuenta Orwell: "Dos lágrimas perfumadas de Ginebra le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado, se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano."
El pesimismo de Orwell parece no haber tenido sentido sobre todo cuando todos observamos caer el muro de Berlín. Aquella ideología totalitaria, no era una pesadilla, fue tan real como los campos de exterminio nazi. Pero entonces ¿vencimos? ¿Winston ha sido redimido tras el fin de las ideologías?
Tal parece que la estructura de control permanece a pesar de que no halla un alguien, una idea, un plan que gobierne y controle. El desierto sigue creciendo, y si bien pudo tomar la forma de un estado todopoderoso que decide sobre la vida de los individuos, ahora tiene otras formas, ahora que desde algunos sectores se deja escuchar con cierto optimismo desconcertante que ha vencido el capitalismo.
Es verdad, en términos generales vivimos la hegemonía de una manera de entender la justicia y la libertad. Democracia y economía de mercado parecen ser los ejes que después de la segunda guerra mundial establecen las coordenadas para definir el bienestar de los pueblos.
Sin embargo, y a pesar del desarrollo alcanzado por las más grandes potencias en estos ámbitos políticos y económicos, las diferencias sociales entre los países poderosos y los subdesarrollados son substanciales, tan importantes que afectan la misma vida pacífica de los pueblos. El triunfo del liberalismo trajo consigo, y de forma acelerada cambios para los cuales no se ha estado preparado, y aun no se asimilan.
Hay algunos que piensan incluso que la historia ha llegado a su fin. Pero esto no servirá sino para confirmar que tal vez estamos bajo otra forma totalitaria, aquella invisible y todopoderosa que marcha al margen de la voluntad de los pueblos, y que sin embargo obliga en un sentido aunque no siempre favorezca. El espacio de las decisiones políticas se ha visto sensiblemente reducido. Estamos tal vez ante el inicio de una nueva era: la era planetaria, aquella en que los pueblos ya no pueden caminar solos sino que las decisiones de otros afectan poderosamente su accionar. Es la globalización. Las democracias que añoran tiranías parecen ser democracias que en el fondo no han podido asimilar el nuevo status en el que se encuentran, y en el que la autonomía se halla en cuestión.
No habiendo ideologías, pues estas tienen el lastre del pasado que las condena, ¿hay alternativas al liberalismo? ¿Es posible pensar en formas de gobierno no democráticas y sin embargo no totalitarias? ¿Podemos pensar en un orden social sin tener que asumir que hay que dejar que este se construya solo? Tal vez estas preguntas se puedan responder asumiendo la cuestión de la democracia. ¿Qué democracia queremos? ¿Podemos mejorar la que tenemos?
O, asumiendo que ha sido la libertad la bandera que ha conducido a los hombres a este estadio de su desarrollo, y que ella supone una concepción del hombre, podemos preguntar de manera más fundamental: ¿qué clase de hombre queremos como sujeto y fin de nuestra democracia? ¿Qué es el hombre? Finalmente.
Esta pregunta no es nueva. Se halla a la base de las concepciones políticas modernas. Y una idea del mismo nos viene desde el pensamiento antiguo. Pero es nuestra experiencia cristiana la que nos ilumina mejor a la hora de pensar en su naturaleza. Dios, que se hizo hombre como nosotros, que murió para salvarnos de la muerte, nos ha entregado con su vida las claves para conocernos a nosotros mismos. Esta elección no es arbitraria, y no es nuestra elección. Hay elementos que son extraños para el pensamiento moderno, y que sin embargo, pueden todavía ser objetos de experiencia. Tal es la gracia.
Antes de la segunda guerra mundial, y en el contexto del debate ideológico de entonces, el filósofo francés Jacques Maritain, apareció en la escena intelectual pensando en el hombre pero a partir de una crítica al pensamiento moderno, y de una asunción del modo de vida cristiano.
Es decir, Maritain se inscribirá desde ya en lo que hoy se conoce como crítica de la modernidad. Pero la novedad en él es que no presenta un opción reformista. Vale decir, no parece decirnos que el proyecto moderno esta inconcluso y que lo mejor sería llevarlo a su culminación. Tampoco, como los llamados postmodernos, se despide de toda la modernidad, pues valora y busca integrar lo diverso que de respuestas al problema social hay. Para entender su pensamiento, intentaremos en primer lugar señalar algunos rasgos de su vida que han influido en su pensamiento, en segundo lugar, hemos escogido una de sus principales obras: Humanismo Integral, con el fin de que a partir de lo que ahí nos dice comprendamos: su filosofía de la historia, su concepción del hombre, y finalmente su filosofía política. Esta última tarea la hemos reservado para un futuro encuentro.
Jacques Maritain nació en París en 1882, desde joven mostró gran sensibilidad social como apetito por lo absoluto. La posibilidad de hallar un camino a él se la brindará Bergson. Pero su mayor influencia vendrá de manos de Léon Bloy, pues es él quien introdujo a Maritain y su esposa Raïssa en el catolicismo. Cabe señalar si embargo, que previamente Maritain había sido bautizado protestante, y es de resaltar esto en virtud de lo que habría significado para él cuestionar a Lutero.
La decisión de optar por la filosofía y el cristianismo en un mundo seducido por la ciencia, la técnica y la ideología materialista nos lleva a imaginar a Maritain en el grupo de los seres extraños para los hombres de su tiempo. Esa confluencia lo llevó a una opción todavía más radical: ya León XIII había promovido la vuelta al tomismo y a la conciliación entre fe y razón, Maritain hace eco de este llamado y de la mano del P. Clérissac, su director espiritual y el de su esposa, se interna en la metafísica tomista, tan relevante para la exposición de sus ideas.
A la hora de considerar su obra nos hallamos ante un pensamiento difuso y heterogéneo, lleno de cabos sueltos, en suma, Maritain no nos legó un sistema filosófico. Y creo que no podía hacerlo en virtud de su crítica a la modernidad. No olvidemos que el primer sistema filosófico como tal lo construye Hegel, y es él uno de los principales precursores del pensamiento totalitario posterior. Además el "sistema" ya está escrito, las páginas de la filosofía tomista no exigían más que aclaraciones para los tiempos modernos. En una obra fragmentaria y disímil como la suya, sin embargo, hallamos líneas y focos de luz que nos permiten orientarnos.
La recepción de la filosofía de Henri Bergson le llevará a cuestionar el fondo moderno de esta metafísica. Son por ello pilares fundamentales en su itinerario Bibliográfico: Tres reformadores: Lutero, Descartes, Rousseau y De Bergson a Santo Tomás de Aquino.
Albergado por la metafísica del filósofo medieval, emprenderá una y otra vez intentos de clarificar la idea de persona que procede del Aquinate. Así, son de destacar: Para una filosofía de la Persona Humana y Breve tratado acerca de la existencia. Y en consideración de su filosofía política siempre se recomienda su Democracia y cristianismo.
Pero es en Humanismo Integral donde Maritain parece articular estas líneas de pensamiento. Esta obra, dividida en siete partes y un anexo que titula "Estructura de la acción", comienza con una reflexión sobre la tragedia que significó para el hombre el mundo moderno y sus pensamientos. Luego, soportado por el personalismo de Santo Tomás de Aquino postula un nuevo Humanismo, para finalmente proyectar al cristiano en el mundo, en la práxis política.
Pero por qué tendría que hacer una filosofía de la historia, por qué pensar en los antecedentes del presente de modo orgánico. Como ya dijimos la revisión del pensamiento Bersoniano lo vincula a una visión crítica del pasado moderno, pero creemos que articula algo así como una filosofía de la historia fundamentalmente por la siguiente razón: El modelo de pensamiento que sobre todo preocupa es el marxista, y este tiene una comprensión de la historia. El marxista no cree que su opción sea antojadiza, cree firmemente que está prosiguiendo con el designio histórico. El materialismo histórico no es otra cosa más que la explicación de que es necesario el siguiente momento en el progreso de la humanidad hacia el comunismo.
Y no sólo ocurre con la narración marxista. Todo relato ideológico es a su manera una justificación del proceder en el presente. Son las leyes de la historia. Así, también al pueblo judío y al alemán correspondían tareas que les había reservado la historia. Así interpretaba su destino el nacional socialismo.
Maritain sin embargo, no caerá en la actitud justificativa e historicista de los ideólogos. No cuenta la historia desde un presente. Explica más bien el error historicista recuperando para la filosofía la centralidad de Dios y por ende la del hombre en el decurso histórico. En lugar de pensar que la naturaleza humana es cambiante, y sujeta incluso al control, Maritain le restituye autonomía, libertad. ¿Cómo explicar el olvido de algo tan elemental, que la sociedad se ordena al hombre y no el hombre a la sociedad?
En eso consiste la filosofía de la historia de Maritain, en una crítica de la concepción que del hombre se ha tenido en el tiempo moderno.
Pero es también responsable de esta fantástica historia del yo la propia edad media, aquella que carece de una mirada reflexiva de la criatura sobre sí misma. ¿Cómo podía darse la conciencia de sí antes de Kant? La edad media no presenta como tema de reflexión la autoconciencia. Así deja pendientes problemas que atañen al hombre. Esto tiene una gran repercusión para la edad media como tal. Ella no puede tematizarse. La conciencia histórica es moderna y no pudo ser medieval. La única fuente medieval, nos dice Maritain, para una reflexión profunda sobre el hombre la proveen los místicos, ya que la filosofía del mismo Tomas de Aquino se perderá en las ociosas discusiones de la segunda escolástica. El Aquinate llegó a destiempo. Razonable consecuencia, cuando en su momento más elevado la edad media no fue sino una oración, una entrega intelectual total a Dios. El hombre desaparecía ahí donde Dios sacralizaba todo. "Todo lo humano aparecía bajo el signo de lo sagrado y protegido por lo sagrado, en tanto, al menos, el amor lo vivificaba. ¡Qué importaban las pérdidas, ni los desastres, si se realizaba una obra divina por el alma bautizada! La criatura estaba duramente lacerada y, con ello magnificada, se olvidaba por Dios."
Nada que reprocharle a esta edad salvo el no haber desprendido de las intuiciones místicas consecuencias para la comprensión de lo que era el hombre en relación con Dios, y la posibilidad de hallar el camino a una conciencia del propio tiempo.
Esta ausencia fue llenada en la época clásica cuando se cree haber descubierto finalmente al hombre. Surge el humanismo moderno, pero hay en ello más una yuxtaposición del hombre en el espacio ocupado por Dios que la aparición de algo realmente otro.
Con la decadencia de la escolástica, la crisis de la metafísica, los descubrimientos científicos y la reforma protestante adviene el hombre de la época clásica. El humanismo, el que procede de la reforma, se presenta entonces cargado de pesimismo pues ve al hombre esencialmente corrompido. Maritain observa en Lutero el paradigma de esta visión pesimista. Decía Lutero de sí mismo: "No soy más que un hombre sujeto a la atracción de la sociedad, a la embriaguez y a los impulsos de la carne" Así, explica Maritain, "cae interiormente y desespera de la Gracia (...) renuncia a luchar, declara que la lucha es imposible. Sumergido en el pecado, o lo que cree el pecado, se deja arrastrar por la ola y llega a esta conclusión práctica: la concupiscencia es invencible".
"Lutero, continúa Maritain, identifica la concupiscencia con el pecado original. El pecado original lo tenemos adentro, imborrable, nos ha vuelto radicalmente malos (...) al darnos su ley, Dios nos ha mandado lo imposible (...) Pero Cristo es justo en lugar nuestro (...) nada tenemos que hacer para salvarnos (...) absoluta inutilidad de las obras (...) cuanto más peques, más creerás, mejor te salvarás"
Lutero "(...) cree que no puede ya fiar en sí mismo y confía sólo en Dios. Pero al negar que el hombre pueda participar de la justicia de Jesucristo y de su Gracia (...) se encierra para siempre en su yo, se priva de todo otro punto de apoyo que no sea su yo"
El hombre del humanismo protestante, es entonces un hombre que se declara pecador, pero lo declara el mismo, él tiene la iniciativa en el diálogo que establece ahora con Dios. Pero esa definición del hombre como pecador por esencia trae la consecuencia consigo de haber eliminado la libertad, el libre arbitrio en el hombre. Ahora, a diferencia de la edad media el hombre sólo puede ser salvado por la Gracia de Dios, la gracia se cristaliza y se separa de la libertad, ya no se puede elegir, sólo aceptar la condición que Dios otorga, pero a su vez esta es muy prometedora. Dios ha puesto al hombre como señor del mundo, esa es su condición, esa es la gracia que ha recibido por él, de modo que nada lo detendrá en el cumplimiento y realización de aquello para lo que ha nacido. Su apetito de poder no tendrá limites. Si bien las obras son inútiles para la salvación, me queda asumir mi excelente condición de ser su imagen en el mundo. Queda justificada la búsqueda del poder, es también un modo de justificar las guerras y la búsqueda de la prosperidad material. Este es el tiempo en que van a aparecer las primarias formas de intercambio comercial. De aquí al concepto de propiedad privada, y a los principios de la economía liberal no queda más que un paso. Por eso Max Weber podrá ver la moral protestante en el modo capitalista de producción.
Por Cristo nos salvamos, pero eso ya está determinado, aquí sólo queda cumplir con el designio, valerme de todas mis fuerzas para lograr mi bienestar. No es condenable el egoísmo. La tesis jansenista es aún más condenable, puede uno ser muy malo en esta vida pero si Dios quiso salvar esta alma por su Gracia se salvará, en cambio aquel que fue piadoso toda su vida por la Gracia de Dios podría condenarse.
El rechazo que provoca la teología protestante origina en el pensamiento humanista la disociación de gracia y libertad también, pero esta vez el énfasis es puesto sobre la libertad. La religión va a decir Espinoza más tarde es el medio que hallan los esclavos para salvarse, la salvación de los hombres libres viene de la filosofía, del ejercicio libre y racional del hombre, aún cuando este ejercicio esté determinado geométricamente, no importa ello cuando el agente, el pensador es el hombre. Con Hegel y Marx esa especulación llega a su máximo nivel. El hombre es el agente del cambio, pero el cambio tiene su propia lógica, la historia está escrita, pero la vive el hombre y cuando la vive es libre, o como diría Hegel, "en la libertad humana se realiza la divina"
Desde esta perspectiva humanista, Dios es innecesario, la naturaleza se basta a sí misma, Dios es en todo caso una idea, casi un ideal como llegará a serlo con Kant.
Siendo esto así, entonces el hombre está dividido. Tiene un fin natural y otro sobrenatural. Puede confiarse a la Gracia y así tiene un Señor en la Iglesia, más no por ello deja de preocuparse por lo que le corresponde aquí como imagen de Dios; busca progresar que de su alma se encarga Dios. Pero, esta búsqueda se inscribe en su fin natural, y así está abandonado a sus solas fuerzas para la consecución de sus ideales. Su señor es el naciente estado moderno.
Pero en algunos casos como en Rousseau ni siquiera subsiste la Gracia, esta ha sido absorbida por la naturaleza, pues recordemos que en el estado natural de Rousseau todos los hombres son naturalmente buenos, así el hombre por esencia no es bueno sino natural, sin embargo aspira a reconstruir su paraíso perdido, tiene fines sobrenaturales.
En síntesis dice Maritain: "La desdicha del humanismo clásico es haber sido antropocéntrico, no el haber sido humanismo". En otras palabras, para Maritain, el humanismo moderno fue una oportunidad de recuperar la conciencia del hombre por el hombre, pero esta en algún sentido se perdió. Por ejemplo, ahí cuando el protestantismo cristalizó el concepto de pecado original. El yo protestante lo señala, lo objetiva, lo domina -queda desvirtuado- no es ya un obstáculo para el hombre: "Su pesimismo hipertrofia el elemento cristiano del pecado original". Su pesimismo hace nacer al hombre predestinado, por la gracia, al poder. Su pesimismo que parte de una visión del pecado original, se trastoca en un optimismo puesto en las solas fuerzas del hombre.
Mientras que el renacimiento, que significó una aspiración a la ciencia y la belleza así como una exaltación de lo humano, estuvo sin embargo desarraigada de Dios y de la encarnación. En términos de Maritain: "El optimismo renacentista hipertrofió la idea cristiana del hombre como imagen de dios." Esta confianza en el hombre anidó la idea de progreso y su trágica expresión en la destrucción del hombre por el hombre.
Esta abstracción de Dios a la hora de comprender lo que es el hombre y su libertad es el principal factor de la confusión en el mundo moderno parece decirnos Maritain. Dios aparece luego de la celebración del imperio del yo pero es ahora un misterio, es algo inefable, de modo que el hombre está ante una disyuntiva: "o la razón reconoce el misterio y se aniquila, o rehusa aniquilarse y niega el misterio".
La negación de Dios termina con la negación de la personalidad libre y espiritual del hombre. El hombre en Hegel está sometido a la lógica del sistema, pero la prosecución más radical de eliminación de Dios y por tanto de riesgo del hombre adviene con el marxismo. Sólo nos basta con recordar que miles de campesinos rusos murieron durante el gobierno de Stalin por creer en Dios.
Hacia el final de esta suerte de filosofía de la historia extrae Maritain la consecuencia de oponer a ese marxismo puro y consumación del proyecto moderno, en la que el hombre se ha hecho enemigo del hombre, el cristianismo puro. Es este cristianismo el que aviva el humanismo que integra lo diverso y en unidad busca el bien de la comunidad: el humanismo integral. Se trata de un cristianismo cuyo Dios ya no es el Dios de los filósofos, sino el de la revelación, Dios de vivos, de Abraham, Isaac y Jacob.
El hombre del cristianismo puro es el hombre del pecado y la encarnación, centrado en Dios y no en sí mismo; regenerado por la Gracia. Es el hombre llamado a construir una nueva edad de civilización, una nueva cristiandad. Pero la tarea principal es la de transformar al hombre mismo: "Una transformación tal - nos dice Maritain- requiere, por una parte, que sean respetadas las exigencias esenciales de la naturaleza humana - imagen de Dios- y aquella primacía de los valores trascendentes que justamente permiten y preparan una renovación; por otra parte, que se comprenda que un cambio semejante no es obra del hombre solo, sino de Dios, primero, y del hombre con él; y que no es efecto de medios extrínsecos y mecánicos, sino de principios vitales e internos."
El hombre nuevo que trae este cristianismo puro tratará al semejante no sólo como un medio, sino sobre todo como un fin. Este parece ser el legado kantiano más importante para el personalismo contemporáneo del que es precursor Maritain: "Amar a un ser en Dios, - nos dice- no es tratarlo como un puro medio o una pura ocasión de amar a Dios; es amor a éste y tratarle como un fin, porque merece ser amado, en cuanto este mismo mérito y esta dignidad derivan del soberano amor y de la soberana amabilidad de Dios. Así se comprende la paradoja de que finalmente el santo envuelva con un amor universal, de amistad y de piedad (...) a todo lo que pasa en el tiempo y a toda la debilidad y la belleza de las cosas: a todo lo que ha abandonado" .
Es de resaltar en este sentido la figura del santo. En su figura esta la clave del hombre nuevo que busca este cristianismo puro: su entrega total al Padre, este es el teocentrismo del humanismo integral: "(...) el humanismo teocéntrico tiene por tipo al santo y sólo puede realizarse si los santos ponen manos a la obra; lo que equivale a decir que sólo se puede realizar con ayuda de los medios que la espiritualidad cristiana denomina los medios de la cruz (...) me refiero a la cruz del corazón, a los sufrimientos redentores asumidos en el seno mismo de la existencia" .
"Los santos- nos dice Maritain en otra de sus obras- han adquirido en cierto sentido, han recibido por Gracia lo que Dios posee por esencia: la independencia sobre todo lo creado, no sólo respecto de los cuerpos, sino aún de las inteligencias (...) ¿acaso los santos se han propuesto desarrollar su personalidad? La han hallado sin buscarla, y porque no la buscaban, sino a Dios sólo". Y más adelante concluye: "tal es el secreto de nuestra vida de hombres, que el mundo moderno ignora: sólo conquistamos nuestra alma a condición de perderla"
¿Qué tipo de conciencia de sí tendrá el hombre nuevo? ¿Una centrada en el Cogito cartesiano? ¿o en el espíritu Hegeliano? Ya no. A esta conciencia más bien, le llama Maritain conciencia evangélica. Y tiene por característica primera aquello que decíamos a propósito del santo: El hombre se conoce sin haberse buscado, se "encuentra". Y, en segundo lugar, sus juicios de valor son puramente espirituales. De esta manera, el hombre llega a la conciencia de su valor de Persona. Y por otro lado, se descubre (encuentra) como imagen de Dios: "no radicalmente corruptible por el mal y que anhela naturalmente, no la gracia como tal, que la naturaleza por sí no conoce, sino aquella plenitud que sólo la gracia puede dar"
"Esta conciencia- nos dice Maritain- escruta las regiones oscuras del hombre, desciende al infierno interior (...) alcanza la inteligencia propiamente cristiana del mal mismo, al aplicar esta paradoja: (...) el pecado que me separa de Dios justo es el que atrae al Dios misericordioso. ¡Tened piedad de mí, implora el alma cristiana, porque he pecado!"
Ya no se trata del pesimismo reformista, tampoco de la soberbia racionalista. Es el reconocimiento humano de su condición ante Dios y que se entrega a las manos de Dios. Pero es más, es conciencia, de que el mal como negación del ser ha sido introducido por el Hombre, pero conciencia también de que de Dios procede la Gracia que causa nuestra libertad.
Maritain explica en ese sentido el doble sentido de la frase: "Sin mi nada podéis hacer". Significa en primer lugar que no se es libre sin Dios, pero también significa que sin Dios el hombre hace el mal. Y es que el hombre tiene una doble filiación, procede de Dios y de la nada, y lo que procede de la nada tiende hacia la nada: "no puede existir- dice Maritain- una criatura sin comportar necesariamente la pecabilidad, la posibilidad de hacer la nada, que eso es el mal(...) la criatura puede entrar en el gozo mismo de Dios si está capacitada para amar a Dios (...) con amor de amistad; y (puede hacer eso) si es imagen de Dios, dotada como él de libertad de elección; ( y sólo puede eso ) si la libertad de que goza es falible, si le permite conversar con Dios, no sólo siguiendo el curso de las acciones y mociones divinas sino también oponiendo resistencia, diciendo no, impidiendo en ello la acción divina"
Extraña condición humana que nos debe suscitar compasión y humildad. Es verdad que ahora cada vez menos parece que el yo controlara de modo universal, cual estado totalitario. Pero también parece que este se ha fragmentado en millones de átomos que son los individuos, así tratados por ellos mismo. Cada uno ejerciendo derechos de estado, pero sufriendo la contradicción de que en el fondo su libertad está restringida. Y a mayor control propuesto ocurre que menos dominio tienen sobre sí.
Por lo tanto, si bien es cierto que no esta al frente el estado totalitario, el totalitarismo parece haber adquirido nuevas formas, invisibles como la tiranía de la tecnología, del mercado y de la perspectiva economicista que reduce al hombre a cifras. Y será preciso otra vez, como antes encontrar el valor de la persona.
Maritain, a los 72 años de edad, no dudo en hacerse otra vez la pregunta: "¿Quién soy? ¿Un profesor? No lo creo: enseño por necesidad. ¿Un escritor? Tal vez. ¿Un filósofo? Lo espero. Pero también una especie de romántico de la justicia pronto a imaginarse, después de cada combate, que ella y la verdad triunfarán entre los hombres. Y también quizás, una especie de zahorí con la cabeza pegada a la tierra para escuchar el ruido de las fuentes ocultas y de las germinaciones invisibles. Y también, y como todo cristiano, a pesar y en medio de miserias y fallos, y de todas las gracias traicionadas de las que tomo conciencia en la tarde de mi vida, un mendigo del cielo disfrazado en guisa de hombre del mundo, una especie de agente secreto del Rey de Reyes en los territorios del príncipe de este mundo, que decide arriesgarse como el gato de Kiplig, que caminaba solo".