Viernes, 17 Mayo 2024

 

 

*Un texto de Javier Colina Seminario

No creo que corresponda juzgar la idoneidad de un político para conducir un país, en el hecho de que use un cilicio para sentir dolor, mortificarse y, de esa manera sentir su cercanía a Cristo sufriente. Es una decisión íntima. A fin de cuentas, todos practicamos algún ritual –necesario o no- que nos produce algún dolor físico más grande o más pequeño con diferente fin; como hincarse en las ceremonias religiosas o caminar descalzo en un peregrinaje, rasurarse, depilarse, hacerse un piercing o un tatuaje. Hasta el uso de tacones altos en las damas, o usar corbata para algunos varones, son actos de sufrimiento físico, que estamos dispuestos a soportar en aras de un determinado fin, a veces bastante más pedestre que el de sentirse unido al Creador.

No obstante, creo que por respetable que sea el uso del cilicio con fines religiosos, éste pierde todo su valor cuando rompe el cristal de la intimidad y el silencio. Cuando el penitente lo anuncia a los cuatro vientos como si pusiera una charretera más sobre sus hombros. La auto mortificación expuesta al público está lejos de ser un acto de autenticidad y de humildad y se convierte en vanidad pura y dura; que está lejos de ser una sana práctica de piedad y por supuesto, de merecer el reconocimiento público. Vale recordar el pasaje de Mateo 6: 16- 18: “Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas, que demudan su rostro para que los hombres vean que ayunan; […]. Tú, cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara, para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto; […]”. Pienso que el señor López Aliaga –de quien evidentemente estamos hablando- perdió la brillante oportunidad de guardar silencio, no solo para proteger su intimidad, sino para evitar el morbo que el tema ha despertado.

Empero, si bien para quien esto escribe el cilicio (cuando es íntimo, reservado, y silencioso) no es un criterio para establecer la habilidad de buen gobierno; si lo es el coloquio. Es decir, la capacidad para conversar con el otro, aunque piense diferente. En la crisis actual la habilidad para crear diálogo y construir acuerdos y consensos multipartidarios en aras de la gobernabilidad y el desarrollo es una necesidad que los políticos deben al pueblo.

Bajo esa perspectiva – y ya que la reserva recomendable de algunas de sus prácticas piadosas no es una virtud que observe- vale preguntarse entonces si el coloquio y la capacidad de diálogo es algo que pueda exhibir el Sr. López Aliaga. Recordemos que se negó a firmar el Pacto Ético Electoral1 por no estar de acuerdo con algunos párrafos del texto. Su objeción me parece legitima, pero su incapacidad para negociar un texto sustitutorio me parece deplorable. En todo caso, pudo haber recurrido a la fórmula diplomática de firmar con reservas al punto tal y cual, con lo cual salvaba el talante democrático y dejaba intacto sus principios.

 

Recordemos también que forma parte de un diseño de campaña donde todo lo que está un milímetro más allá de su codo izquierdo es izquierda caviar y que no merece la pena ni mirarla. Es decir, una campaña donde el caviareo, el terruqueo y las frases fallidas (la última de señora chiflada es francamente inaceptable) brotan en su discurso sin filtro de prudencia ni respeto. Ese estilo, aumentado con la lupa del ejercicio poder, es preámbulo del autoritarismo.

Con ese perfil tengo derecho a dudar que una eventual presidencia de López Aliaga pueda ser convocante para no decir concertadora. El esquema que propone el candidato es por naturaleza excluyente, en cuanto no está dispuesto admitir otra forma de pensar ni de actuar políticamente. Situándose en la extrema derecha su margen de maniobra es poco. No es creíble por ejemplo que pueda concertar en una mesa de gobernabilidad con el fujimorismo, Acción Popular o al Partido Morado, contra quienes ha dirigido duras palabras, o con el señor Hernando de Soto a quien ha calificado prácticamente de senil. Ni siquiera es creíble que pueda llamar a una mesa de gobernabilidad.

A ello tenemos que sumar que, en un inminente Congreso atomizado y pobre en calidad, su bancada no tendrá ni la primera ni la segunda mayoría, lo que hará sumamente difícil la gobernabilidad. ¿En dónde buscará apoyo?

Nuestro país afronta una gravísima crisis, solo equiparable a la que se dio después de la guerra con Chile. Ningún partido político podrá solo revertir los problemas sanitarios, económicos, sociales y políticos que se seguirán presentando en los próximos años. Para ello necesitamos unidad y voluntad de concertación multipartidaria, no solo del gobernante sino por supuesto, también de la oposición, para afrontar los años que se vienen. Por ello, mi decisión es por las opciones electorales que llamen a la unidad y al diálogo. Pero si no creemos en la unidad y en el diálogo, mejor nos sentamos a esperamos la tercera ola.

1 Posición en la cual por cierto, coincidió con UPP el partido de Antauro Humala y con el partido Perú Libre del ultra izquierdista Vladimir Cerrón y de su candidato presidencial Pedro Castillo.